sábado, 1 de septiembre de 2012

Los mejores ángeles de nuestra naturaleza

Muy interesante el último libro de Steven Pinker, titulado "The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined". En él explica y demuestra cómo todos los tipos de violencia han ido disminuyendo a lo largo de todas las escalas de tiempo: desde milenios a años, desde hacer la guerra hasta zurrar a los niños.
El autor dedica los primeros capítulos a convencer al lector mediante comparaciones, tablas y gráficos, de que realmente es así. A menudo oímos o leemos que el siglo XX fue un siglo de barbarie, el siglo en que los instintos violentos de los seres humanos, desatados en un contexto de avances tecnológicos para la guerra, causaron las dos guerras mundiales, innumerables genocidios, etc.
Pero recuerden mi entrada anterior de este blog. La violencia ha de ser medida no en valor absoluto, sino en términos relativos a la población. Si en Estados Unidos hubiera 1.000 homicidios al año y en Luxemburgo hubiera también 1000 homicidios anuales, ¿cuál sería la sociedad más violenta?

Lo cierto es que la probabilidad de morir en una guerra en sociedades primitivas es altísimo (ej: aproximadamente el 60% para un miembro de los Waorani del Amazonas); mientras que la misma probabilidad para cualquier humano en el siglo XX fue menor del 1%, incluso teniendo en cuenta las dos guerras mundiales.

Pinker entra en numerosos detalles y cálculos para dejar esta cuestión aclarada. Después hace un largo recorrido por los varios procesos que han contribuído al declinar de la violencia y trata de postular una serie de causas para los mismos. Las causas son debidas a dinámicas sociales, puesto que, aunque hace una pequeña digresión para considerar si es posible que los humanos hayamos cambiado nuestra naturaleza a través de las épocas (que nos hayamos vuelto "genéticamente" más pacíficos), en general considera la naturaleza humana como algo que no ha variado significativamente.

Finalmente trata el tema de los impulsos interiores que nos llevan a la violencia (Inner Demons) o que nos alejan de ella (Better Angels). Por cierto, el título del libro está sacado del final del impresionante discurso que dio Abraham Lincoln al jurar el cargo de presidente, con el Capitolio todavía en construcción a sus espaldas, en un último intento para intentar convencer a los Estados del Sur de que abandonasen el camino de la secesión. Intento fallido, como se sabe, pero ¡qué inspirador, el discurso!

Me gusta Pinker, porque es un claro heredero de la Ilustración dieciochesca —sí, quedamos pocos—. Una de las causas reductoras de la violencia que propone es precisamente la Razón, con mayúsculas. La Empatía, que tiene más prestigio, suele funcionar sólamente para personas de nuestro "círculo de empatía" o de nuestra nacionalidad; pero es la Razón la que permite ampliar este círculo y dar el último salto necesario para reducir la violencia hacia grupos hacia los que inicialmente no sentimos empatía. En este sentido, Pinker cita a Adam Smith, la lumbrera de la Ilustración escocesa y autor de "La riqueza de las naciones". En otro libro suyo, "The Theory of Moral Sentiments" (1759) existe este pasaje, que yo me voy a dar el gusto de traducir, porque me impresionó:

"Supongamos que el gran imperio de China, con sus miríadas de habitantes, fuera engullido súbitamente por un terremoto, y consideremos cómo reaccionaría un hombre de humanidad en Europa que no tuviera ninguna clase de conexión con aquella parte del mundo, al recibir inteligencia de esa terrible calamidad. En primer lugar, imagino, expresaría de manera inequívoca su tristeza por la desgracia de ese infeliz pueblo, haría muchas reflexiones melancólicas acerca de la precariedad de la vida humana, y la vanidad de todas las labores del hombre, que pueden ser así aniquiladas en un instante. También entraría quizás, si fuese un hombre de especulación, en muchos razonamientos concernientes a los efectos que este desastre podría producir sobre el comercio en Europa, y sobre el comercio y el devenir del mundo en general. Y cuando toda esta excelente filosofía hubiese terminado, cuando todos estos humanitarios sentimientos hubiesen sido expresados suficientemente, continuaría con sus asuntos o sus placeres, tomando su reposo o su ocio con la misma calma y tranquilidad que hubiera tenido de no haber sucedido tal accidente. El desastre más frívolo que pudiera acaecerle ocasionaría una alteración más real. Si fuera a perder su dedo meñique mañana, no dormiría esta noche; pero, siempre que no pudiera verlos, roncaría con la más profunda seguridad tras la ruina de cien millones de sus semejantes."

Pero esa sólo es la primera parte de la cita, la parte que pudiera sonar cínica (aunque sincera). Sin embargo, Adam Smith continúa el experimento mental, con un escenario diferente. Esta vez te presenta una elección: puedes perder tu dedo meñique, o bien morirán cien millones de chinos. ¿Sacrificarías a cien millones de personas para salvar tu meñique? Smith predice que casi nadie escogería esta monstruosa opción. Pero ¿por qué no, se pregunta Smith, dada que nuestra empatía por los extraños es mucho menor que nuestro nerviosismo ante una desgracia personal? El compara dos de nuestros mejores ángeles:

"No es el blando poder de la humanidad, no es esa débil chispa de benevolencia que la Naturaleza ha encendido en el corazón humano, la que es capaz de contrarrestar los más fuertes impulsos del amor propio. Es un poder más fuerte, un motivo más contundente, el que se ejerce en tales ocasiones. Es la razón, el principio, la consciencia, el hombre que habita en nuestro pecho, el gran juez y árbitro de nuestra conducta. Es él el que, cuando vamos a actuar de manera que alteraremos la felicidad de los demás, nos llama, con una voz capaz de silenciar la más presuntuosa de nuestras pasiones, y nos dice que somos uno más de la multitud, en ningún aspecto mejor que ningún otro de ella; y que cuando nos preferimos a nosotros de manera tan vergonzosa y tan ciega para con los demás, nos convertimos en adecuados objetos para el resentimiento, la abominación y la repulsa. Es sólo de él de quien aprendemos la verdadera pequeñez de nosotros mismos y de todo lo que concierne a nosotros, y las naturales tergiversaciones del amor propio pueden ser corregidas sólo por la mirada de este espectador imparcial. Es él el que nos muestra la decencia de la generosidad y la deformidad de la injusticia; la decencia de renunciar a los mayores intereses propios, por los intereses mayores de los otros, y la deformidad de hacer el menor daño a otro, para obtener el mayor beneficio para nosotros".

No hay comentarios:

Publicar un comentario